Ella mata. Ella es fría. Ella es única.
Todos lo saben. Nadie lo duda. Nadie puede dudarlo, ni siquiera preguntárselo. Porque ella manda. Ella es la sombra en la oscuridad, el demonio en la noche, el frío en las cloacas. Ella está en todas partes, y en ninguna a la vez. Todos la conocen; nadie la ha visto. Ella manda, aunque es la proscrita. Y, si alguien la hace enfadar... ella mata.
La profecía de la Serpiente
Estará viva una mujer
fría de hielo, herviente de fuego,
a la que nadie podrá matar.
Dicen los sabios que vendrá;
sola en la noche y la oscuridad.
Nadie la conocerá.
Y no conocerán tampoco
la muerte y sangre que trae
su poder escondido.
Será serpiente todas las noches,
será lobo al correr por el bosque,
y una llama en todo momento.
El fuego quema, todos lo saben,
pero con solo un poco de aire,
el fuego muere.
fría de hielo, herviente de fuego,
a la que nadie podrá matar.
Dicen los sabios que vendrá;
sola en la noche y la oscuridad.
Nadie la conocerá.
Y no conocerán tampoco
la muerte y sangre que trae
su poder escondido.
Será serpiente todas las noches,
será lobo al correr por el bosque,
y una llama en todo momento.
El fuego quema, todos lo saben,
pero con solo un poco de aire,
el fuego muere.
Con facilidad.
Prólogo: Sombras en la oscuridad
El pueblo no se parecía en nada a lo que había visto en mis sueños.
No era oscuro, ni las casas eran viejas mansiones tétricas. Aquel era un pueblo perfectamente normal. Uno más entre los miles, millones de pueblecillos que se encontraban en el mundo. El cielo, de un color azul suave, brillaba iluminando los campos que se extendían hacia el norte. Sonreí, muy satisfecho. Me gustaba mi nueva casa. Parecía una masía, una casita pequeña, con un jardín agradable, muy confortable. Lejos, quizás a unos dos quilómetros de distancia, se podían ver más casitas de campo parecidas a la mía. En el aire se respiraba tranquilidad.
Todo indicaba que aquel era un buen lugar para empezar una nueva vida. "Una nueva vida no es necesariamente una vida mejor". El pensamiento acudió a mi mente de improviso, con una claridad estremecedora. Horrorizado, miré a mi alrededor. No había nadie.
Vamos, parecía que me estaba volviendo paranoico. No había nadie. Nadie podia haber dicho aquellas palabras, y mucho menos haberlas introducido en mi mente.
"¿Y si nadie fuera alguien?" La voz, indudablemente femenina, volvió a invadir mi mente.
Traté de controlarme. Debía respirar con calma i convencerme de que no había nadie en absoluto. Pero es que no hay nadie, pensé, pero sí hay una voz. La poca tranquilidad que había logrado reunir desapareció tan pronto como volví a oirla. Susurrando. Cogiéndome. Enfriándome.
-¿Cómo haces eso? -cada vez me sentía más asustado. Mis pesadillas eran reales- ¿Cómo puedes hacer esto si no estás?
Esta vez la voz no dijo nada. Tenía la sensación de que solo esperaba.
-¿Quién eres? -grité, más desesperado cada vez, dando una vuelta completa sobre mí mismo- ¿Qué quieres?
La voz pareció reír. "¿Quién soy? Esta es una pregunta complicada. Aunque puedes llamarme Serpent. En cuanto a qué quiero, eso es fácil... quiero un siervo".
No era oscuro, ni las casas eran viejas mansiones tétricas. Aquel era un pueblo perfectamente normal. Uno más entre los miles, millones de pueblecillos que se encontraban en el mundo. El cielo, de un color azul suave, brillaba iluminando los campos que se extendían hacia el norte. Sonreí, muy satisfecho. Me gustaba mi nueva casa. Parecía una masía, una casita pequeña, con un jardín agradable, muy confortable. Lejos, quizás a unos dos quilómetros de distancia, se podían ver más casitas de campo parecidas a la mía. En el aire se respiraba tranquilidad.
Todo indicaba que aquel era un buen lugar para empezar una nueva vida. "Una nueva vida no es necesariamente una vida mejor". El pensamiento acudió a mi mente de improviso, con una claridad estremecedora. Horrorizado, miré a mi alrededor. No había nadie.
Vamos, parecía que me estaba volviendo paranoico. No había nadie. Nadie podia haber dicho aquellas palabras, y mucho menos haberlas introducido en mi mente.
"¿Y si nadie fuera alguien?" La voz, indudablemente femenina, volvió a invadir mi mente.
Traté de controlarme. Debía respirar con calma i convencerme de que no había nadie en absoluto. Pero es que no hay nadie, pensé, pero sí hay una voz. La poca tranquilidad que había logrado reunir desapareció tan pronto como volví a oirla. Susurrando. Cogiéndome. Enfriándome.
-¿Cómo haces eso? -cada vez me sentía más asustado. Mis pesadillas eran reales- ¿Cómo puedes hacer esto si no estás?
Esta vez la voz no dijo nada. Tenía la sensación de que solo esperaba.
-¿Quién eres? -grité, más desesperado cada vez, dando una vuelta completa sobre mí mismo- ¿Qué quieres?
La voz pareció reír. "¿Quién soy? Esta es una pregunta complicada. Aunque puedes llamarme Serpent. En cuanto a qué quiero, eso es fácil... quiero un siervo".
Capítulo 1: El Asesino
Me parecía sentir miles de voces a mi alrededor. Y, a pesar de todo, sabía que no las había. Solo existían si las escuchabas, como ella solo existía si la dejabas entrar. Las calles se veían oscuras y terribles después de la puesta de sol. Y las voces no hacían más que empeorarlo. Empecé a correr. ¿Pero qué estaba haciendo? Era el Asesino, se suponía que no debía sentir miedo. Se suponía que era fuerte. Todos creían que era la salvación. Ni siquiera con todo lo que sé puedo enfrentarme ya a la Serpiente, pensé, asustado. Los otros deben comprenderlo. Aunque ya sabía que no lo harían. La gente no quería comprender. La gente solo quería salvarse.
Corrí todavía más deprisa. El suelo estaba húmedo, el viento era gélido. Ni una sola estrella iluminaba el cielo y la luna había desaparecido. No puedo permitir que nada de eso me distraiga. Si pierdo la concentración, aunque solo sea por un momento... No vi la cuerda delante mío. No me di cuenta de por qué estaba allí. Tropecé y caí al suelo, perdiendo el equilibrio y la concentración. No fue más de un segundo, pero las voces, la voz, se intensificaron. Parecían retumbar dentro de mi cabeza, incrementando su volumen, volviéndome loco.
-No, ¡hoy no, por favor! -grité hacia la nada, encogido en el suelo, y me avergonzé de la desesperación que sentía- ¡No puedo morir hoy! -se me escapó un sollozo, que traté de camuflar con una actitud desafiante- ¡No moriré hoy!
El frío empezaba ya a envolverme. Sabía lo que aquello significaba. Sabía que me había reconocido. Sabía que ella ya estaba allí.
-¡No lo conseguirás! -volví a gritar. Pero incluso yo sentía mi voz cada vez más débil- ¡Todos te buscan, serpiente! ¡No tardarás en morir!
Las voces se convirtieron en un siseo lleno de furia. Aumentaban y disminuían de volumen, sin orden alguno. Me pregunté cuanto tardarían en matarme. En si dolería. Toda mi vida había sido entrenado para enfrentarme a ellas; catorce años de aprender, catorce años de soportar el peso de ser el Asesino para terminar vencido sin lucha alguna.
Era triste mi destino.
El golpe mortal pronto me derribaría. Era conciente de ello. Otra víctima que encontrarían en el callejón a la mañana siguiente. Otro muerto. Y nada de esperanza.
Pero, ¿había probado alguien alguna vez de enfrentarse a ella cuando estaba ya en tu mente? Era cuando nosotros éramos más débiles, sí, pero por fuerza tenía ella que estar exponiéndose. Decidí que lucharía. Debía hacerlo. Por mi pueblo. Por mi familia.
"Inocente humano" La voz estaba cogiéndome, obligándome a obedecer su voluntad... "Tú nunca has tenido familia".
-No he dicho nada. ¡No he dicho nada en voz alta! ¿Es que puedes también leer mis pensamientos? -a aquellas alturas ya no hacía nada para disimular el pánico que sentía. Y entonces, de repente, me di cuenta de que solo había una forma de salvar la vida. Debía rendirme. Entregarme. Sofocar mi orgullo y mi instinto de lucha innatos. De repente solo quedaba dentro mío el miedo a la muerte- Serpent -susurré-. Serpent. Me rindo. Me entrego. Pero no me mates. No me quites la vida, ¡por lo que más quieras!
Mis palabras sonaron vacías, hasta para mí. Pero, de todos modos, las ataduras de hielo y silencio que cogían mi cuerpo parecieron aflojarse. Volvía a tener el control de mi mente, lo sentía. También conocía, pero, la crueldad de los pagos que ella exigía.
-Vamos, dilo de prisa, por favor -gemí, de rodillas sobre las frías losas de piedra-. ¿Que quieres de mi?
Aunque no pudiera verla, noté la oscuridad de su sonrisa.
-Quiero... a un Asesino traidor.
Corrí todavía más deprisa. El suelo estaba húmedo, el viento era gélido. Ni una sola estrella iluminaba el cielo y la luna había desaparecido. No puedo permitir que nada de eso me distraiga. Si pierdo la concentración, aunque solo sea por un momento... No vi la cuerda delante mío. No me di cuenta de por qué estaba allí. Tropecé y caí al suelo, perdiendo el equilibrio y la concentración. No fue más de un segundo, pero las voces, la voz, se intensificaron. Parecían retumbar dentro de mi cabeza, incrementando su volumen, volviéndome loco.
-No, ¡hoy no, por favor! -grité hacia la nada, encogido en el suelo, y me avergonzé de la desesperación que sentía- ¡No puedo morir hoy! -se me escapó un sollozo, que traté de camuflar con una actitud desafiante- ¡No moriré hoy!
El frío empezaba ya a envolverme. Sabía lo que aquello significaba. Sabía que me había reconocido. Sabía que ella ya estaba allí.
-¡No lo conseguirás! -volví a gritar. Pero incluso yo sentía mi voz cada vez más débil- ¡Todos te buscan, serpiente! ¡No tardarás en morir!
Las voces se convirtieron en un siseo lleno de furia. Aumentaban y disminuían de volumen, sin orden alguno. Me pregunté cuanto tardarían en matarme. En si dolería. Toda mi vida había sido entrenado para enfrentarme a ellas; catorce años de aprender, catorce años de soportar el peso de ser el Asesino para terminar vencido sin lucha alguna.
Era triste mi destino.
El golpe mortal pronto me derribaría. Era conciente de ello. Otra víctima que encontrarían en el callejón a la mañana siguiente. Otro muerto. Y nada de esperanza.
Pero, ¿había probado alguien alguna vez de enfrentarse a ella cuando estaba ya en tu mente? Era cuando nosotros éramos más débiles, sí, pero por fuerza tenía ella que estar exponiéndose. Decidí que lucharía. Debía hacerlo. Por mi pueblo. Por mi familia.
"Inocente humano" La voz estaba cogiéndome, obligándome a obedecer su voluntad... "Tú nunca has tenido familia".
-No he dicho nada. ¡No he dicho nada en voz alta! ¿Es que puedes también leer mis pensamientos? -a aquellas alturas ya no hacía nada para disimular el pánico que sentía. Y entonces, de repente, me di cuenta de que solo había una forma de salvar la vida. Debía rendirme. Entregarme. Sofocar mi orgullo y mi instinto de lucha innatos. De repente solo quedaba dentro mío el miedo a la muerte- Serpent -susurré-. Serpent. Me rindo. Me entrego. Pero no me mates. No me quites la vida, ¡por lo que más quieras!
Mis palabras sonaron vacías, hasta para mí. Pero, de todos modos, las ataduras de hielo y silencio que cogían mi cuerpo parecieron aflojarse. Volvía a tener el control de mi mente, lo sentía. También conocía, pero, la crueldad de los pagos que ella exigía.
-Vamos, dilo de prisa, por favor -gemí, de rodillas sobre las frías losas de piedra-. ¿Que quieres de mi?
Aunque no pudiera verla, noté la oscuridad de su sonrisa.
-Quiero... a un Asesino traidor.
Capítulo 2: Mañana de niebla
-¿Todavía no hay noticias?
Me volví hacia la general Shirley. Era la tercera vez que me lo preguntaba, y no me gustaba tener que decepcionarla cada vez con el mismo mensaje. A pesar de su actitud calmada, con cierto tono tajante pero sin nunca alzar la voz, se veía miedo en sus ojos. Necesitaba buenas noticias. Necesitaba creer en una posible salvación. Respiré hondo antes de responder:
-Nada, por el momento -sus barreras cayeron por un segundo, y la desilusión le innundó las facciones cansadas. Enseguida recuperó su expresión de piedra y empezó a marcharse-. Pero, general -traté de compensar mis anteriores palabras-, es el Asesino. No habrá muerto. No puede haber muerto.
La mujer sonrió con tristeza.
-¿Sabes? Así es como he tratado de animarme toda la mañana. Pero llega un momento en que te das cuenta de que no es solo esto. Quizás el Asesino no puede haber muerto; pero tampoco la Serpiente puede haberlo hecho.
Se puso las manos en los bolsillos y se marchó con pasos largos y seguros. Vaya mujer. Me habría gustado ser como ella, no solo inteligente sinó también valiente, fuerte, segura. Yo no tenía nada de esto. Nada útil que utilizar en la lucha que se avecinaba.
Todo había empezado hacía seis meses, por lo menos en mi pueblo. Una mañana el día había amanecido gris y nublado. La niebla estaba en todas partes, y hacía imposible ver a más de dos metros. A pesar de las dificultades, los aldeanos habíamos tratado de seguir con nuestras monótonas vidas, algunos trabajando en el campo y los otros en tiendecillas no muy transitadas.
Estábamos acostumbrados a estas vidas y, aunque fueran aburridas, era todo lo que teníamos. Estábamos satisfechos. No necesitábamos nada más. Ningún cambio.
Pero de repente alguien gritó, y este grito empezó el desastre. Corrimos hacia donde nos parecía haber oído al hombre gritando, sorprendidos de que algo ocurriera en aquel lugar tan... normal. Corriendo junto con Marco, mi empleado en la herrería, me di cuenta de que nos estábamos acercando mucho al río. El río no podía estar a más de cuatro o cinco metros, pero no se oía nada del ruído del agua.
Tratando de distinguir las siluetas de otras personas en medio de aquella bruma gris, fuimos acercándonos. Estábamos a solo un metro cuando el peluquero del pueblo se volvió hacia todos los que habíamos llegado allí buscando el origen del grito. Estaba blanco y sus ojos muy abiertos.
-Está muerto -susurró-.
Nos agachamos para ver el cuerpo. Estaba en medio del río, sin ninguna herida o muestra de lucha. Nuestro alcalde flotaba sobre el agua gélida y sin color. Fue entonces que me di cuenta de por qué no habíamos escuchado el ruído de las aguas del río, deslizándose por la pendiente. Aquel agua no se movía.
Me volví hacia la general Shirley. Era la tercera vez que me lo preguntaba, y no me gustaba tener que decepcionarla cada vez con el mismo mensaje. A pesar de su actitud calmada, con cierto tono tajante pero sin nunca alzar la voz, se veía miedo en sus ojos. Necesitaba buenas noticias. Necesitaba creer en una posible salvación. Respiré hondo antes de responder:
-Nada, por el momento -sus barreras cayeron por un segundo, y la desilusión le innundó las facciones cansadas. Enseguida recuperó su expresión de piedra y empezó a marcharse-. Pero, general -traté de compensar mis anteriores palabras-, es el Asesino. No habrá muerto. No puede haber muerto.
La mujer sonrió con tristeza.
-¿Sabes? Así es como he tratado de animarme toda la mañana. Pero llega un momento en que te das cuenta de que no es solo esto. Quizás el Asesino no puede haber muerto; pero tampoco la Serpiente puede haberlo hecho.
Se puso las manos en los bolsillos y se marchó con pasos largos y seguros. Vaya mujer. Me habría gustado ser como ella, no solo inteligente sinó también valiente, fuerte, segura. Yo no tenía nada de esto. Nada útil que utilizar en la lucha que se avecinaba.
Todo había empezado hacía seis meses, por lo menos en mi pueblo. Una mañana el día había amanecido gris y nublado. La niebla estaba en todas partes, y hacía imposible ver a más de dos metros. A pesar de las dificultades, los aldeanos habíamos tratado de seguir con nuestras monótonas vidas, algunos trabajando en el campo y los otros en tiendecillas no muy transitadas.
Estábamos acostumbrados a estas vidas y, aunque fueran aburridas, era todo lo que teníamos. Estábamos satisfechos. No necesitábamos nada más. Ningún cambio.
Pero de repente alguien gritó, y este grito empezó el desastre. Corrimos hacia donde nos parecía haber oído al hombre gritando, sorprendidos de que algo ocurriera en aquel lugar tan... normal. Corriendo junto con Marco, mi empleado en la herrería, me di cuenta de que nos estábamos acercando mucho al río. El río no podía estar a más de cuatro o cinco metros, pero no se oía nada del ruído del agua.
Tratando de distinguir las siluetas de otras personas en medio de aquella bruma gris, fuimos acercándonos. Estábamos a solo un metro cuando el peluquero del pueblo se volvió hacia todos los que habíamos llegado allí buscando el origen del grito. Estaba blanco y sus ojos muy abiertos.
-Está muerto -susurró-.
Nos agachamos para ver el cuerpo. Estaba en medio del río, sin ninguna herida o muestra de lucha. Nuestro alcalde flotaba sobre el agua gélida y sin color. Fue entonces que me di cuenta de por qué no habíamos escuchado el ruído de las aguas del río, deslizándose por la pendiente. Aquel agua no se movía.
Capítulo 3: Prisionero en la piedra
Nunca me había sentido tan cansado. Estaba seguro.
Mientras me acostumbraba a la oscuridad de la habitación, empecé a recordar. La había oído a ella, su voz maligna controlando mi cabeza y mi voluntad. Y me había rendido. Sí, había hecho lo imposible; rendirme, entregarme. El Asesino había perdido la lucha. Para escapar de la muerte. Respiré hondo. Mi misión había terminado, ¿no? Si ya no podía matar a la Serpiente, ¿que sentido tenía mi vida?
Miré a mi alrededor. Me encontraba en una sala de piedra. Era espantosamente parecida a la masmorra de un castillo: incluso había un par de cadenas de hierro viejo colgando de la pared a mi espalda. Miré mis manos. No estaban atadas, lo que me sorprendió, pero unas rayas rojizas cruzaban mis muñecas; lo habían estado. Seguramente me habían llevado allí atado y me habían librado al dejarme en la celda.
Pero, ¿quién? Las voces no tenían cuerpo, ¿quién podía haberme arrastrado hasta allí? Un frío me recorrió las entrañas. Aquello solo podía significar dos cosas: o que algún humano, un traidor, estaba de su bando, o que las voces eran corpóreas. Probablemente lo primero, aunque me era imposible comprender cómo alguien podía querer ayudarlas.
Quizás solo era alguien que quería salvar la vida, se me ocurrió. Otro como yo.
Escuché alguien acercándose por el pasillo y cerré los ojos con rapidez. No debían saber que había despertado. Me harían pagar lo que les debía, y todavía no estaba preparado para ello. Un Asesino traidor... Era demasiado. Yo no era nadie para hacer aquello. Nunca sería capaz. Pero ellos no debían saberlo por nada en el mundo.
-¿Está despierto? -dijo alguien en voz baja-.
La negativa debió de ser hecha con la cabeza, porque durante un rato no oí nada más. Al cabo de quizás seis minutos, cuando mi cuerpo ya empezaba a reclamar movimiento, escuché un último susurro:
-Cuando están dormidos, parecen ángeles.
Tot Milt bonic
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