Querido hermano;
no es por tu culpa que murieron nuestros padres.
¿Sabes? Desearía que empezaras a
valorar tu vida. Si tan solo pudieras darte cuenta del alivio que sentí al ver
que, incluso cuando ellos ya no estaban, tú seguirías a mi lado... ¡Si solo
dejaras de pelear, de abandonarte a la bebida, si solo pudieras perdonarte...!
¿Por qué no te das cuenta de todo lo que quiero decirte? ¿Acaso fue tu culpa
que te mandaran a pelear en un sitio tan alejado?
Aquella guerra monstruosa jamás
nos había arrebatado nada. Sabíamos que estaba, pero todos los que hablaban de
ella, todos los que morían en la lucha, eran desconocidos para nosotros. ¿Es
que lo has olvidado? ¿Por qué no recuerdas lo felices que fuimos cuando te
dijeron el lugar al que irías? ¡Un sitio tranquilo que no hiciera peligrar tu
vida...! ¡Tu vida nos importaba, maldita sea! ¡A mí y a nuestros padres!
¡Incluso a ti!
No tienes ninguna culpa de lo que
pasó. Entiéndelo, por favor. Sus vidas se perdieron, ¡pero no por eso debes
tirar la tuya a la basura! ¡No por eso van a volver! Desearía, hermano mío, que
olvidaras el pasado y perdonaras los errores que ambos cometimos. Porque,
aunque ellos ya no estén, yo siempre me quedaré para apoyarte, como he hecho
hasta ahora...
He tratado de decirte esto en
numerosas ocasiones, siempre con la esperanza de encontrar las palabras
adecuadas, aquellas que pudieran llegarte al corazón. Pero empiezo a pensar que
unas palabras nunca van a lograr tal cosa, y que jamás podré recuperar al
hermano que deseo, el que quiero de verdad.
Porque, a pesar de todo, a pesar
de lo que puedas pensar, te estoy agradecida por seguir luchando contra el
dolor de nuestro pasado. Te agradezco todo lo que tratas de hacer por mí.
Y, por encima de todo, te agradezco
que sigas vivo.
Gracias, hermano.
Luguria
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