Per la Wendy, que em va demanar que li escrivís alguna cosa en castellà.
"Me gusta la noche. Por la noche solo los más fuertes tienen el poder. Por la noche yo tengo el poder".
"¿Sabes? Aunque el otro día traté de aparentar que no, estoy muy asustado. La gente habla. Ya lo hacían antes de que te marcharas, por supuesto, pero contigo a mi lado parecía que nada malo pudiera suceder. Sabía que tú me protegerías. Y ahora... tengo miedo. Mucho miedo".
"Las sombras acechan, los demonios aguardan. Todas las estrellas oscuras luchan por brillar en la noche, pero muy pocas lo consiguen. Casi ninguna sobrevive a la batalla. Tú y yo luchamos, hicimos lo que pudimos para resplandecer. Pero no conseguimos nada".
"Me cuesta respirar. Me cuesta vivir. ¿Qué harías tú en mi lugar? ¿Rendirte? Suena tentador, demasiado. Poder dejar este mundo cruel que te quita cuanto amas y te roba cuanto consigues. Pero sé, de algún modo lo sé, que no es eso lo que tú harías. Tú luchaste. Hasta el final. Y yo debo seguir tu lucha".
"Todos dicen que has muerto. Hace gracia. Los muertos son ellos si se atreven a decir otra cosa sobre ti. Los mataría, sin dudar. Bueno, creo que sería capaz de hacerlo. No lo sé. Ya no sé nada".
"Esta noche he soñado en ti. Estábamos juntos en un campo de amapolas que resplandecían bajo la luz del sol. Tú llevabas el flequillo de pelo negro que te tapaba un ojo y iluminaba el otro. El color miel de tu mirada me parecía líquido, me hipnotizaba y era como un túnel. Yo me perdía en él. Entonces tú sonreías y me besabas, y dejaba de importarme lo que dirían los demás. Lo que dirían por el hecho de que los dos fuésemos chicos, lo que nos harían por ser diferentes. En aquel momento solo quedábamos tú y yo".
"El invierno en que nos conocimos estaba planeando suicidarme. La vida me había decepcionado; quería decepcionarla también yo a ella. Pero entonces, como por un milagro, tú viniste a mi. Vestías todo de negro, tus ropas eran negras y tus ojos oro puro; y, a pesar de todo, fuiste el único capaz de dar color a mi vida".
"No me lo esperaba. No me esperaba tanto dolor al perder a alguien. No soy yo el que ha sufrido la pérdida, claro; yo ya lo perdí todo cuando tú te marchaste. Pero hoy ha llegado Zenn con el rostro contraído por el dolor. Parecía a punto de llorar, pero no lo ha hecho. Él nunca lo hace. Y, en medio de la rabia, o quizás por su causa, se ha dado cuenta de que hacer sufrir a otro aliviaba su agonía. De modo que aquí me tienes, sangrando. No lloraré, porque no quiero darles esta satisfacción a los que me creen débil. Pero te juro que lo haría, porque una cuerda de hierro me oprime el corazón e impide que respire. Tengo miedo, Álex. ¿Por qué no estás aquí conmigo? ¿Por qué me dejaste?".
"Hoy me he negado a ir al instituto. Delante de mis padres. Pero ya conoces a mi madre. ¿Recuerdas el día que viniste a casa por primera vez? Mamá te miró el pelo negro, los ojos de oro líquido. Repasó el peinado, que te tapaba la mitad de la cara. Y dijo, en voz bien alta: 《Este chico no me gusta. Vigila, porque te hará daño》. Tu cara no mostró ninguna expresión cuando lo oíste, pero sé que te dolió. Porque siempre haces eso, actúas como si nada te afectara incluso cuando te sientes solo y perdido".
"Ya no sonrío. ¿Por qué hacerlo si duele y de nada sirve? La gente cree que fuiste tú quien me hizo cambiar. Y es cierto, pero ellos no lo dicen por eso. Ellos se refieren a que antes de conocerte sonreía, y jugaba con los demás, y parecía más feliz. Cuando te conocí, dejé de fingir sonrisas, dejé de ir con gente que ni siquiera me caía bien. Me convertí en quien realmente soy. Pero, debes comprenderlo, ellos no lo ven así. Piensan que las sonrisas desaparecieron porque tú me entristecías, que dejé de cuidarme porque tú no lo hacías. Piensan, y eso es lo único en lo que tienen razón, que me desvié del 'buen camino' por tu culpa".
"Me avergüenza llorar. Me avergüenza mucho, Álex. Porque tú nunca lo hiciste. Y sé que yo no debería hacerlo. Pero, ¿acaso es posible impedir el paso a esta marea de dolor en que se ha convertido mi vida? A mi no me parece humano. Y yo soy cobarde".
"Me siento muy solo. Antes no me daba cuenta de lo marginados que éramos, pero tú sí, ¿verdad? Contigo era tan inocente... Y de verdad creía que eso nunca iba a terminar".
"Mi pelo castaño se está oscureciendo, como mi alma. Lo llevo desgreñado, y ni siquiera me importa. Te echo de menos. Vuelve, por favor. Vuelve y recógeme, y llévame de vuelta a la vida. O a la muerte, o donde tú estés. Solo quiero estar contigo".
Álex leyó la última nota de Diego y casi lloró. Casi. Pero no podía hacerlo, porque sabía que le vigilaban. Sabía que cada pequeña cosa que hacía o decía era inmediatamente notificada a sus "protectores", sus secuestradores. Y por nada en el mundo podían saber que era débil, que bajo la chulería en sus ojos de oro y el pelo negro y despeinado de chico problemático había un adolescente que sufría y que con cada nota de su primer y único amor se rompía un poco más.
Se arrastró como pudo al otro lado de la jaula y se encogió sobre el frío suelo de piedra. Lo estaba pasando muy mal, peor que nunca, pero por nada en el mundo permitiría que encerraran a Diego. Su misión número uno siempre había sido proteger al otro chico, sin importar lo que le hiciesen. Sin importar lo que pensasen.
"Es Navidad. La primera Navidad que paso sin ti, y creo que será la última. He tomado la decisión. Me duele todo el cuerpo por lo que me hicieron el último día; a mis padres no les importo, y ellos no me importan a mí. Y tú no estás. Solo quiero morir y que no me juzguen por ello".
Los nervios de Álex se fueron a pique de repente.
-¡No! -chilló, a pesar de saber que no serviría de nada- ¡No, Diego, no!
Sabía que aquello era lo que los guardias querían, y no le importaba. Diego no iba a morir por su culpa. Nunca lo permitiría. Golpeó los barrotes de la jaula donde estaba encerrado y gritó, esperando a que viniera alguien. Se lo diría todo. Todo lo que quisieran. Pero necesitaba que volvieran a dejarlo en libertad para salvar a Diego.
-¡Diego! ¡No, por dios, no lo hagas!
Dio un puntapié a la puerta, y el sonido metálico resonó por toda la estancia. Casi no sintió el dolor. Lágrimas de impotencia empezaban ya a deslizarse por sus mejillas. Todo el tiempo de aparentar fortaleza no había servido de nada. Con solo una carta, con solo unas palabras, todo se había ido a la mierda.
-¡Diego! -gritó por última vez, y sintió como alguien se le acercaba por el pasillo-.
-Bueno, el pequeño criminal finalmente ha caído... -susurró con falsa lástima el hombre del albornoz azul-.
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